Desde las ventanas del hospital
velando al moribundo en su cama
contemplaba las luces de la ciudad
en aquella triste noche callada.
Sólo se escuchaba el palpitar
de su corazón que se aceleraba
y el sonido singular
de una respiración que se apagaba.
Lágrimas saladas como el mar
resbalaban por su piel ya mojada
contemplando la vida pasar
de largo de quien a su lado agonizaba.
Ese hombre al que no supo dar
el cariño que necesitaba
y al que ya no podrá hablar
ni decirle cuánto lo lamentaba.
Se va apagando la ciudad,
ya empieza a clarear el alba,
su padre en silencio ya
descansará por siempre en su alma.
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