de un cansancio profundo
que se apoderó de mi dormido
llevándome hasta su mundo.
Era yo sin respuesta,
viviendo en ella y mudo,
pensando en su cabeza
con el corazón desnudo.
Sin articular palabra,
ni un suspiro, ni una mueca,
llorando y riendo estaba
sin un gemido que de mi saliera.
Y ese cansancio sostuvo
mi cuerpo en duermevela,
pesadilla y gloria mantuvo
en mi alma la noche aquella.
Y al despertar agotado
después de la batalla incruenta,
di gracias al cielo rezando
por ser yo y no estar en ella.