Cuando te observé
bañándote en el río,
con la camiseta mojada,
tiritando de frío.
Resplandeciendo tu sonrisa
en la pálida cara
donde destacaban rubores
que provocaron mi mirada.
Se estremeció mi espíritu,
se me alegró el alma
de ver al ser que amaba
frágil como un suspiro.
Te tendí un lienzo,
una ropa seca
para que tu cuerpo
se calentara con su tibieza.
Me diste un suave beso,
besaste mi frente
y me hiciste ardiente
siervo de tu deseo.
Las aguas frías
de aquél río
bajaron burbujeantes
por haberte lamido.
Y yo envidié ser agua,
envidié ser río
que acariciara tu alma
con su rugiente frío.
Para luego calentarte,
devolver calor a tu rostro,
para luego amarte
y sentir tu gozo.
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