Me subí a tu coche
aquélla tarde
sin saber que conducías
como un kamikaze.
No es que corrieras mucho
ni que fueras imprudente,
es que lo tuyo
no es coger el volante, peque.
Me puse el cinturón,
me agarré muy fuerte,
aferré mi corazón
a la idea de llegar indemne.
No te diste cuenta
de mi sufrimiento,
conducías tu coche
como si fueras por el desierto.
Después de sortear
semáforos, coches y peatones
logramos llegar
por fin al aparcacoches.
Bendita la hora
en que pisé tierra,
te dije ahora
volveré de otra manera.
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