su más pura esencia
que al pasar la vida
perdió el norte del que procediera.
No quedó ya ni un rastro
de la fragancia aquella
que procedía de la gloria
a la que nunca más volviera.
Ni siquiera un rastrojo
que marcar pudiera
el camino perdido
para alcanzar su sutil pureza.
Sólo algo artificial
de primavera fresca
que en nada se parece
a la inocencia de la que viniera.
Y el resto de los matices
mejor ni los olieras
porque dejan cicatrices
que curar no supieras.
Regalo esparcido
por toda la Tierra
y en su frasco vacío
entró hedor a pena.
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